Cuando estaba en casa ajena ella cruzaba sus manos sobre la falda. La mirada baja y los ojos húmedos. Era una mujer grande, hermosa, pero con ese aire entre compungido y servil parecía una planta mustia suplicando sol. Si te quedabas un rato a su lado notabas como iba echando raíces. Era aterrador. Pero cuando por fin llegaba a su casa, a SU fortaleza hecha de uñas partidas, y huesos molidos, ella, la mujer-planta, se volvía venenosa y carnívora. Un nervio oscuro, afilado como los cuchillos de su pulida cocina, la inundaba por completo. ¡Oh, bella valquiria! Y sus ojos brillaban con un fuego seco que daba pavor. Entonces, las pequeñas piezas de su rompecabezas incompleto y cruel se agitaban en su cabeza. Ella tejiendo su tela de araña de pesadilla. Arañando las paredes con sus uñas rotas.Gritando. Su voz. Su rugido. No puedes quedarte a su lado, ella agita los brazos, agita su corazón agujereado y te atrapa para siempre en una espiral dolorosa e infinita.
Huye. Ella sólo quiere que el mundo sepa de su dolor, y es un volcán deborando a su paso todo amor.
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