Quiero acurrucarme en tus entrañas!!!
Aqui un poco de literatura "Pulqueana" de un escritor undergraund catalogado en sus pricipios como hacedor de literatura basura, ojala les guste...
La niñez no me pertenece. Su relato, en cambio, es cosa mía. Para que el pasado se vuelva real sólo es necesario narrarlo. Y a eso me dispongo.
Vivía
en la casa de mi abuela, en avenida 9, colonia Independencia. Mi padre
conducía un trolebús y mi madre era ama de casa. Y frente a esta casa de
buen tamaño e insípida en su arquitectura abría sus puertas una
pulquería. Se llamaba La Primavera. Yo preguntaba a mis padres qué cosa
era el pulque. No recuerdo con exactitud su larga respuesta y pese a
ello no pasa inadvertido en mi memoria el hecho de que había en sus
palabras cierto desprecio: "El pulque es para personas aún más pobres
que nosotros." Yo tenía diez años y desde la ventana del comedor
divisaba a los parroquianos salir de La Primavera tambaleándose. Y en la
acera notaba el olor, profundo y rancio del pulque, rancio como todo lo
que proviene de la tierra. Y el aire corrompido. Y ese hombre tirado a
las puertas del expendio, partido en dos por una sonrisa de felicidad.
A
los once años tuve una novia de nombre Blanca. Ella vivía a un lado de
la pulquería en una casa tan fea como la de nosotros. Cuando ambos nos
asomábamos a la ventana para saludarnos, la figura de los borrachos
siempre estaba presente. No sé qué significa este recuerdo, acaso que en
mi memoria el rostro de esa niña blanca como su nombre se encuentra
asociado al aguamiel. Hoy, tantos años aparte, me he vuelto un
consumidor asiduo a esta bebida sobre la que sociólogos, historiadores y
antropólogos han disertado hasta el cansancio. A veces, cuando no viene
al caso, suelo narrar que al terminar la década de los ochenta una
joven amiga italiana de nombre Claudia Martelli vino a México con la
única finalidad de probar el pulque. La razón de tamaña empresa fue que
para graduarse como licenciada había escrito una tesis universitaria de
trescientas páginas acerca de la producción del pulque en México. Y una
vez que lo probó no le gustó: dijo simplemente que el pulque era tan
monstruoso como los mexicanos. Y se marchó después de una semana. Me
imagino que se ha vuelto adicta al Campari. Yo no volví a comunicarme
con ella.
Los
últimos dos años he bebido curados con cierta frecuencia. Sobre todo
durante el medio día, luego de haberme mantenido en vela la noche
anterior y ya con mi estómago reducido al tamaño de una canica. El
pulque me alimenta y es dulce, como la mujer que te espera sin
endilgarte ningún amargo reproche. La mujer que le recrimina a un
borracho su felicidad merece quedarse sola. Hay que elegir el momento de
la recriminación y no cuando el bebedor llega a casa después de una
noche de batalla. De esta clase de mujeres se encuentra lleno el
purgatorio. En esas mañanas en que aguardo la apertura de La Toma de
Conciencia, en la colonia Doctores, las horas me resultan pesadas e
interminables. A mi lado esperan, como buenos amigos que son, Tizano,
Rentería, Mara y Páez quienes saben bien cuando se debe vestir de luto y
cuando debe uno mandar a los muertos al olvido. Después de beber unos
cuantos litros de buenos curados cada quien se derrumba en su propia
costumbre. Ahora acudo a Los Insurgentes donde me he encontrado también
con buenos amigos. Allí Gustavo y Alan me invitan los tragos porque aún
son jóvenes y no tienen echado a perder el sentido de la camaradería.
Si
supiera que ha sido de Blanca, aquella niña que vivía a un lado de La
Primavera, la invitaría a beber un curado de apio y con un poco de fe
juntaríamos nuestros recuerdos. Pero quién sabe si ella vive o en qué se
ha convertido. Probablemente es una mujer rabiosa que le recrimina la
ebriedad a su marido. Al menos, en mi memoria, ella continúa siendo una
niña dulce e intacta.
TEXTO PUBLICADO EN LA REVISTA GENERACIÓN DE JULIO DE 2010
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